LEA ATENTAMENTE LA HISTORIA DEL VIERNES NEGRO EN HALABJA

Los días
17 y el 18 de marzo de
1988, la ciudad iraquí de
Halabja fue regada con
bombas químicas y con bombas racimo en
más de
veinte ocasiones. La mañana del viernes 17, una parte de la población
estaba durmiendo en sus casas y los
gases mortales no les permitieron
ni levantarse de sus camas. A otros les dio tiempo a emprender una
huida absurda, que esparciría sus cadáveres por las calles de la ciudad.
Era temprano y la vida de la ciudad, de 70.000 habitantes,
empezaba a desperezarse en un cálido día de primavera, justo
antes de detenerse.
Las mujeres realizaban
labores en el hogar, se dirigían
al mercado o
acompañaban a los
hombres en su camino a las fértiles tierras que rodean la población, y que albergan varias plantaciones o sirven de pasto para el ganado.
Las puertas de las viviendas estaban
abiertas. Decenas de
niños jugaban frente a sus casas antes de que
el ruido de los motores de los
aviones del ejército de
Sadam Husein llamara su
atención.
Las máquinas llevaban en su interior
gases cianuros, agentes sanguíneos que provocan
convulsiones,
pérdida de la conciencia y apnea, es decir, falta o supresión de la respiración. Causan una
agonía de varios minutos. También se utilizaron
gases mostaza y gases nerviosos. Los primeros causan
eritema, una irritación de la piel que deja unas manchas rojas muy visibles,
ampollas, irritación en los ojos y dificultades respiratorias. Los efectos del
gas nervioso son varios. Los más visibles son la
secreción de saliva, lágrimas y orín, y la defecación. También dan lugar a
rinorrea, miosis (una contracción permanente de la pupila),
dificultades respiratorias y
convulsiones. Mientras que los
gases mostaza pueden
acabar con una vida en varios minutos o incluso horas, los
gases nerviosos pueden
acortar la agonía a varios segundos.
A la hora en que parte de la población
detenía el curso normal de
sus asuntos al oír los motores de los aviones se iniciaba lo que se conoce como el
"Viernes sangriento".
Dos días después se contaban en 6.000 las personas que perdieron la vida y en 7.000 las que quedaron heridas. Tres cuartas partes de las víctimas las constituyeron
mujeres y niños. El rastro que dejan las
bombas químicas no es el
habitual de otro tipo de
bombardeos.
No hay un gran número de
mutilados;
no hay heridas ni sangre. Pero
sí cadáveres con
violentas y grotescas expresiones en sus caras.
Desde entonces a la
segunda entrada de tropas aliadas en territorio

iraquí han pasado
quince años. Pero
la ciudad no se ha recuperado completamente del golpe recibido. A las
heridas del alma, que tardan
una vida en cicatrizar, hay que
añadir el aspecto destartalado de la ciudad, con
edificios que muestran también
las heridas de aquellos días y que no se han reparado.
El cáncer crece en el interior de muchos de
sus ciudadanos. Las mujeres tienen un número desproporcionado
de abortos.
Las pieles de algunos de los viandantes están
cortadas por visibles
erupciones y ampollas. Otros han experimentado
grotescos crecimientos o
deformaciones de algunos
huesos.
La ciudadanía de Halabja cuenta con el
apoyo de la cirugía, que se
practica sin anestesia total por
falta de medios; pero
no con la ayuda de la
radioterapia o de la
quimioterapia. Las enfermedades infantiles también han
aumentado superando cualquier media.

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